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TeleRead y el Filósofo
Por Qué Amos Bokros Quiere que los Libros de las Bibliotecas Vayan a la Internet

Actualización #11 de TeleRead: Amos Bokros escribe y filosofa desde San Diego mientras se gana la vida como asistente de enfermería. Para obtener mayor información acera de Amos, lea más adelante.

Por Amos Bokros

No puedo imaginarme la vida sin mi tarjeta de la biblioteca.

Eric Hoffer es mi ejemplo favorito de la promesa de las bibliotecas; fue un vagabundo sin hogar durante muchos años y trabajaba como obrero portuario, pero le encantaba leer y tenía tarjetas de biblioteca por todo California. Después se convirtió en escritor y columnista. Con su mezcla de conocimientos empíricos y la variedad de libros que había leído, era verdaderamente un hombre culto.

TeleRead, un plan para una biblioteca nacional y computadoras de bajo costo para lectura apoyado por los impuestos, podría llevarles los mejores libros a los Hoffer de hoy sin importar dónde vivan o qué tan pobres sean. TeleRead no sólo ayudaría a convertir a los vagabundos y obreros portuarios brillantes en filósofos. También podría ayudar a impartir el conocimiento que necesita la gente que trabaja para avanzar. En especial, TeleRead podría enriquecer las vidas de millones de americanos que, como yo, sufren de dislexia.

Aún más, TeleRead les ayudaría a los "baby boomers" (N. de la T.: generación de norteamericanos nacidos durante la posguerra) que envejecen y cuya visión se vuelve borrosa; podrían ajustar el tamaño de la "impresión" en sus pantallas de computadora. Finalmente, e igualmente importante, TeleRead sería una forma de distribuir una amplia variedad de libros a los ghettos de las ciudades y a las áreas rurales empobrecidas, donde actualmente los niños crecen en hogares sin libros.

No, no todos aprovecharían TeleRead. Pero al menos estaría ahí para todos, especialmente aquellos de nosotros con necesidades especiales. Francis Bacon dijo una vez, "el conocimiento es poder". TeleRead simplemente sería un tipo más accesible de biblioteca pública para los que viven de acuerdo con la máxima de Bacon. Yo lo intento. Mi dislexia hizo que mi lectura fuera extremadamente lenta y difícil cuando estaba en la escuela. Hasta hace cinco años no podía leer con facilidad material de la longitud de un libro; me apoyaba principalmente en la televisión y en documentales para cultivarme.

Esto afectó mis calificaciones y hasta mi vida social. Los alumnos de la Sociedad de Honor me rehuían ya que mis calificaciones eran muy deficientes, y al mismo tiempo no tenía cabida entre los rezagados que desdeñaban los libros y el aprendizaje. Siempre busqué libros más cortos sobre los temas que me interesaban. Me tardaba un mes en leer un libro de 200 páginas, y eso suponiendo que me dieran suficiente tiempo libre para leerlo.

Avancé enormemente cuando accidentalmente descubrí los libros grabados para ciegos. Me encantaron. Un amigo mío me recomendó "El Origen" (The Source) de James Michener, pero era igual de largo que "La Guerra y la Paz", más o menos mil páginas. Pensé "me va a llevar toda una vida leer esto". Comencé a escuchar la grabación y luego pude seguir el libro como si estuviera escuchando un programa de radio o viendo una película. Junto con la grabación del libro tenía una copia en papel de El Origen. Así que mientras el narrador leía, yo veía el texto y leía junto con él; esto era como haber comprado lentes después de no poder ver bien durante toda mi vida.

Un día que tuve libre de mi trabajo como asistente de enfermería, leí como doce o catorce horas. Leí todo el libro de El Origen en unas pocas semanas y sólo en mi tiempo libre. Irónicamente, las computadoras me acercaron a los libros. Nunca pensé que preferiría mucho más leer que ver películas o televisión. Pero aunque el método era un avance, tenía limitaciones. Frecuentemente era difícil encontrar grabaciones de libros sobre los temas correctos para mí. Y lograr que grabaran libros sobre pedido especial se llevaba mucho tiempo. Les pedía a mis amigos que me grabaran libros, pero eso me hacía depender de los demás y dañaba mi autoestima.

Entonces disfruté de otro descubrimiento. Me enteré que Arkenstone había publicado un programa llamado "Open Book" (Libro Abierto). Esto me permitía usar un escáner y copiar un libro; y luego la computadora podía leerme el libro. Sí, la voz sonaba entrecortada, pero no me importó: me sentía tanto cautivado como liberado. Por supuesto, escanear era tedioso, aburrido y tardado, y era imposible hacerlo con los periódicos y ciertos libros.

Después probé con la Internet. Sin escanear y sin errores, podía bajar libros en línea a mi computadora; pero la variedad de opciones era mas bien lamentable. Podía leer los clásicos, pero no libros modernos con derechos de autor. Aparecían sólo como nombres en los catálogos de las bibliotecas en línea, a veces en bibliotecas que se encontraban a un continente de distancia. Y el sistema de préstamos entre bibliotecas difícilmente podía considerarse una salvación; me obligaba a esperar los libros que quería durante semanas y semanas. A veces no podía sacar el material de la biblioteca y no podía llevar mi programa con el escáner y la computadora a la biblioteca. Así que tenía que copiar el material ahí antes de llevarlo a casa, a diez o quince centavos la copia.

Ese problema persiste. Podría guardar más dinero para fotocopias si viviera en un sitio menos caro que San Diego; pero entonces no habría buenas bibliotecas cerca.

Las bibliotecas físicas tienen otros límites. La biblioteca de San Diego no puede ayudarme con libros actuales que aún no ha comprado. Tengo que esperar, y si estoy escribiendo algo y necesito el material puedo retrasarme durante meses.

Una biblioteca personal tampoco es la solución. He tenido que almacenar libros en la cochera y tengo algunos con mis papás y mis amigos. Y algunos los he tenido que desechar. Aunque aún tenga el libro debo emprender una expedición de excavación para encontrarlo. La gente que no ama los libros, los que no son académicos o los que no son escritores no entienden por qué uno necesita tener acceso rápido y fácil a su propia y enorme biblioteca. Hasta cierto grado es como una cobijita que da seguridad. Pero más allá de eso, uno nunca sabe cuándo necesitará un libro. Con frecuencia estoy escribiendo algo y de pronto me acuerdo de algún trabajo desconocido que leí hace quince años. De inmediato quiero verlo y citar algún pasaje predilecto. Esto debería ser rápido y fácil pero en cambio es fastidioso y tardado.

Aún más importante es el costo de una biblioteca personal; he tenido que disciplinarme para no comprar libros. Los libros se publican primero en pasta dura y usualmente nunca llegan a salir en pasta blanda; son simplemente demasiado caros para mí. Casi lloré cuando fui a una tienda de descuento y encontré una biografía pero no pude comprarla porque costaba $20 dólares.

Así que cuando leí una columna en el U.S. News and World Report acerca de TeleRead, me emocioné tremendamente. TeleRead (www.teleread.org en la Red) no surgió de una compañía dedicada al cabildeo ni de una enorme burocracia que esté tratando de crear más empleos para la gente en general. Más bien es un movimiento popular iniciado por David Rothman, un escritor de Virginia, y va más allá de la ideología. Entre los partidarios de TeleRead se encuentran no sólo liberales sino también conservadores como el escritor y columnista William F. Buckley, Jr. El movimiento TeleRead, aunque pequeño, se está esparciendo; por ejemplo, un periodista mexicano ha estado promoviendo la idea para su propio país.

Un deseo de la alfabetización en masa en la era electrónica es unirnos a todos, además del simple deseo de ayudar a distribuir los mejores libros para los que los aprecian mientras se les proporciona una compensación justa a los escritores y editores. El plan no sólo pide una biblioteca digital nacional bien provista y apoyada por una mezcla de dinero de los contribuyentes y filantropía. También pide que haya un esfuerzo bien enfocado del gobierno y la industria para motivar el desarrollo y ventas de computadoras pequeñas tipo tablillas que sirvan para leer libros, aparatos mucho mejores que los modelos pioneros que están a punto de salir al mercado.

Sé bien que una biblioteca nacional TeleRead podría permitir que la gente como yo, académicos independientes con necesidades especiales, fuéramos más independientes y más productivos. TeleRead me permitiría vivir en cualquier sitio mientras continúo teniendo la capacidad de contar con los mejores libros y ediciones periódicas instantáneamente. No tendría que realizar el laborioso trabajo de escanear. Podría llevar todos mis libros y mi trabajo de escritor en un portafolios y no tendría que gastarme una fortuna en mis lecturas. Podría competir con cualquier profesor universitario; no tendría que preocuparme por almacenar libros ni por tener que esperar eternamente para conseguirlos.

Sin duda, TeleRead me ayudaría a mí y a millones de otros americanos, ¿qué mejor forma de cerrar la brecha entre la gente de los libros y la gente que trabaja? Sé exactamente cómo se hubiera sentido Eric Hoffer acerca de esto.

Amos Bokros se puso en contacto con nosotros después de leer acerca de TeleRead en el U.S. News & World Report. Una versión modificada de este ensayo se publicó en el San Diego Daily en enero de 1999. A Amos le gustaría formar una sección de TeleRead en San Diego, y usted puede enviarle un correo electrónico a fusion@pop3.connectnet.com Visite también su sitio en la Red. David H. Rothman, rothman@clark.net

Gracias a Mónica de León de Infiniti Consultores por la traducción y edición de esta página.