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Libros Verdaderos en Internet

Por David Rothman (dr@teleread.org)
© David Rothman and the Washington Post
Publicado de agosto el 21 de 1996
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Paul Roberts escribe pequeños fragmentos sobre compositores ya fallecidos y otros materiales estilo enciclopedia para “libros” electrónicos. En un número reciente de la revista Harper, advierte acerca de una "sucia calle virtual" de escritores con la manía de producir obras cortas comerciales para fabricantes de CD-ROM y redes de computación, en lugar de crear trabajos tradicionales y completos.

Difícilmente Roberts es el único que se queja por nuevo trato que los medios les dan a los libros. En el best-seller Silicon Snake Oil, Cliff Stoll dispara al azar una y otra vez contra la idea de que el Internet es un regalo del cielo para las escuelas, las bibliotecas y la sociedad en general. Lamentándose de la escasez de libros verdaderos en línea, Stoll dice que la Red carece de respuestas para preguntas tan sencillas como: “¿Qué negociaciones políticas ocasionaron que Bismark se convirtiera en la capital de Dakota del Norte?” y “¿Cuál es la historia del Valle de Ruhr y cuáles son las implicaciones de sus nuevos competidores que provienen de Europa del Este?”

Supongamos, sin embargo, que podríamos crear nuestro sistema de bibliotecas públicas en la Red, con los textos completos de libros reales, no solo catálogos electrónicos o fragmentos de multimedia. En este momento, es algo oportuno. Washington está considerando la Ley de 1995 para la Protección de Derechos de Autor de la Infraestructura Nacional de Información, la cual, en opinión de muchos catedráticos de leyes, estimularía el “conocimiento medido” o los acuerdos de licencia que los distritos escolares con pocos recursos no podrían costear.

En otras palabras, en lugar de conseguir libros gratis en su biblioteca local, ustedes probablemente tendrían que pagar. Las bibliotecas podrían sacarles dinero y trabajos con autorizaciones a las casas editoriales para distribuirlos sin costo a lospatrocinadores, pero la desigualdad entre los distritos escolares continuaría mostrándose en línea. Beverly Hills, por ejemplo, tiene un presupuesto de 34 dólares por ciudadano para materiales de biblioteca, mientras que el condado de Shasta, en el mismo estado, ha asignado 25 centavos de dólar. En promedio, los distritos escolares de Estados Unidos gastan únicamente 125 dólares por niño por año escolar en propiedad intelectual, lo cual puede incluir todo desde “El Gran Gatsby” hasta un video educación para conductores de automóviles.

Esta tacañería hacia los libros, en conjunto con los rumores acerca de leyes de derechos de autor más restrictivas, no son buenas noticias para los niños ni para el resto de nosotros. Los libros, como ninguna otra cosa, estimulan el pensamiento sostenido. Muchos americanos, sin embargo, preferirían gastar grandes cantidades de dinero en algún deslumbrante entretenimiento interactivo que pagar por leer libros en computadoras que no son adecuadas para esa tarea. Al mismo tiempo, millones de jóvenes están creciendo acostumbrados a las pantallas más que a la “pulpa de madera”, como ellos mismos le llaman.

Entonces, ¿cómo podríamos asegurar la supervivencia de los libros tradicionales y, al mismo tiempo, ayudarles también a los niños en desventaja que asisten a escuelas con presupuestos limitados y que viven en hogares donde no hay libros? Con un plan en tres partes al que llamo TeleRead.

En la primera parte iniciaríamos un programa federal que les ayudaría a las escuelas y bibliotecas a comprar pequeñas máquinas en forma de tablillas con pantallas de mayor definición que las máquinas portátiles de hoy en día. Este tipo de equipo sería muy útil no solamente para libros en línea, sino también para revistas y periódicos electrónicos. Obviamente con teclados desprendibles, las TeleLectoras también podrían utilizarse para correo electrónico y para otras formas de navegar en el Internet, sin mencionar objetivos educativos en general.

El mercado de las escuelas y bibliotecas podría servir como anzuelo para que el Valle del Silicio desarrolle “TeleLectoras” que se venderían, digamos, por el equivalente de $99.95 dólares en el supermercado local. Los precios no bajarían tanto en un abrir y cerrar de ojos, pero juzgando por anteriores tendencias tecnológicas, tarde que temprano llegarían a ese precio. TeleRead aceleraría el proceso. La idea no sería conseguirle a cada norteamericano una computadora gratis. Más bien consistiría en popularizar las máquinas adecuadas y reducir los costos de manera que casi todos pudieran adquirirlas y utilizarlas.

La segunda parte consistiría en una biblioteca bien abastecida, disponible a través de la Red, que ofrecería libros ficticios y reales con una amplia variedad de temas. A los editores y a los escritores se les pagaría de acuerdo con la popularidad de sus obras, tal como se hace actualmente. Los mecanismos para contabilizar el uso de cada libro serían similares a los de los planes de pago-por-lectura, excepto que el dinero provendría de un fideicomiso nacional de bibliotecas y habría mucho menos incentivos para las ventas ilegales. Existen los medios tecnológicos para proteger a los lectores de un monitoreo Orwelliano de sus hábitos de lectura.

Los bibliotecarios de muchas ciudades, no solamente de Washington, seleccionarían los libros candidatos para el pago de regalías. Los editores y los escritores podrían arriesgar capital para evitar la interferencia de los bibliotecarios, o para ser candidatos para obtener un pago más alto; los incentivos del mercado sobrevivirían y se desarrollarían de una manera diferente. Más aún, como una última protección contra los burócratas que intentarían controlar nuestros gustos de lectura, podríamos permitir que los editores y los escritores rechazados distribuyeran libros directamente a través del Internet o incluso impresos. Aún si fueran aceptados, los libros podrían seguirse publicando en “pulpa de madera”.

¿Pero cómo podría pagar el país por el TeleRead en sí? Esta es la tercera parte. Comenzaríamos en pequeño con una serie de proyectos de demostración significativos; y podríamos justificar los costos del programa utilizando las TeleLectoras para propósitos tales como formas electrónicas. En nuestra economía de 7 billones de dólares, estamos gastando cientos de miles de millones en tiempo y dinero en papeleo. Si redujéramos aunque sólo un poco esa cantidad, podríamos justificar con creces una biblioteca digital nacional bien abastecida. Washington podría seguir el ejemplo de compañías como Federal Express, que les presta computadoras sin costo a algunos de sus clientes y proveedores y les regala el software.

Algunos sofisticados formularios electrónicos podrían guiarnos paso a paso a través de asuntos de impuestos y reducir el número de preguntas provenientes de la Oficina de Hacienda de Estados Unidos o de otros atormentadores.

Definitivamente, aún en épocas de austeridad, los políticos necesitan considerar esta alternativa amigable para los niños en lugar de más leyes gravosas de derechos de autor para “proteger” los libros. ¿No sería algo irónico si Washington, en su celo por salvaguardar la seguridad de los libros contra la piratería, asesinara de hecho este medio?

David H. Rothman (dr@teleread.org / www.teleread.org) es autor de NetWorld! (Prima, 1996).

Gracias a Mónica de León de Infiniti Consultores por la traducción.